Por María Paula Riofrío. Editorialista
"Una alegría compartida es doble alegría. Una pena compartida es media pena". Nunca es más cierta esta frase como en el matrimonio y la familia; donde las alegrías se multiplican por el número de personas que la compongan y las penas se hacen más livianas cuando son más los que ayudan a cargarlas. Créanme, no son teorías idealistas ni mandatos de una Iglesia retrógrada que nos aseguran que un matrimonio generoso (en hijos, en tiempo y dedicación a la familia) puede llegar a la cumbre de la felicidad.
Si hay algo que les puedo asegurar, porque lo he experimentado de primera mano, es esto: Mientras más seamos, ¡mejor! Yo vengo de una familia numerosa; de unos abuelos con 13 hermanos por un lado y 9 por el otro; de unos padres con 5 hermanos cada uno y un matrimonio abierto a la vida que concedió a cada hijo la dicha de tener 4 hermanos. Y hoy, 34 años después, sólo les puedo contar historias felices. No por falta de problemas o situaciones verdaderamente difíciles. Problemas hemos tenido siempre, desde que nací con "tres días de vida" según el dictamen de los médicos; sin contar con que en ese momento mis padres tenían 20 y 27 años, y una economía de recién casados. Es que, en palabras de San Josemaría, "lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado" (Surco, 795).
Son miles las historias, grabadas en mi memoria y corazón como momentos verdaderamente felices. Cuando, por ejemplo, entre los 5 hermanos filmábamos un noticiero familiar para que mi papá lo viera en vez de la tele; o cuando salíamos a vender, canasta en mano, los zapatos de la casa y luego mi mamá tenia que recorrer el vecindario re-comprando sus zapatos; o los juegos interminables que duraban dos y tres días, sobre todo si habían primos de visita (mientras más, ¡mejor!); o los días, a veces semanas, internada en el hospital donde no me daba tiempo ni de pensar si me sentía bien o mal por la cantidad de gente que entraba y salía de mi habitación… Hasta los hospitales han sido para mí momentos de inmensa felicidad, jugando cartas con mis hermanos y amigos, o gritando "adelante Ecuador, adelante", con camiseta amarilla y bandera en mano, viendo algún partido del Mundial.
Las tristezas sólo surgen cuando hay egoísmo y lo único que importa es la propia comodidad. En las familias numerosas ¡no hay espacio ni tiempo para ser egoístas! Las "rabietas" de alguno se calman rápidamente con las bromas de los hermanos. ¡Todo se comparte! La ropa, las golosinas, la TV, los juguetes, el tiempo y hasta los gustos. Los menores van aprendiendo de los mayores; mi hermana menor, por ejemplo, llegó al kinder sabiendo leer y escribir sólo de sentarse a nuestro lado mientras hacíamos los deberes… En un ambiente así es mucho más fácil educar y fomentar virtudes a los hijos.
Este mes que dedicamos a las novias, el mejor regalo que les podemos dar es un consejo: "¡No tengan miedo a tener muchos hijos! Nada les puede asegurar con mayor certeza su futura felicidad."
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